Una parada en Burdeos y dan ganas de quedarse. Una ciudad cosmopolita, limpia, cuidada, llena de vida, que invita a merodear por sus calles repletas de historia en busca de rincones encantadores, apetecibles bistrots y buen vino.
Allá por el año 48 los romanos introdujeron y comenzaron a cultivar vides en la zona de St. Emilion para abastecer de bebida a sus tropas. Desde entonces Burdeos no ha hecho más que crecer hasta convertirse en una de las capitales mundiales del vino.
Inaugurado en 2016, la “Cité du Vin”, un espectacular museo dedicado en exclusiva a la historia del vino en todo el mundo, atrae de lejos por sus formas curvas y reflejos sobre el rio Garona. Obra del estudio francés XTU Arquitectos, se concibió con la idea de representar el alma del vino; visto en la distancia podría asemejarse a un escanciador gigante. En su sorprendente interior nos pasean a través del tiempo y las culturas del vino de todo el mundo.
La ciudad es también parte de la Via Turonensis, el Camino de Santiago francés más occidental, y del que forman parte tres maravillas: la catedral de Saint-André y las basílicas de Saint-Seurin y de Saint-Michel, las tres declaradas Patrimonio Cultural de la Unesco, y que se suman a la riqueza artística de la ciudad con más de 300 edificios declarados de interés histórico.
El viejo Burdeos ha sabido amoldar historia y modernidad en su crecimiento. Un buen ejemplo es la ampliación del Palacio de Justicia, pegado al Château du Hâ de 1454, fue realizado en 1998 por el equipo de Richard Rogers. Esta construcción se adapta y destaca sin desentonar del entorno y con sus transparentes formas quiere simbolizar la justicia gala y las cubas de vino caracteristicas de su enclave. En 2006 Michel Corajoud diseñó el “Miroir d’Eau” al borde del rio Garona, otro ejemplo de integración moderna, una especie de lámina de agua con efecto de espejo que refleja las fachadas de la plaza de la Bolsa, y que salpica bruma de agua cada pocos minutos.
Da igual la dirección que tomes, por cualquiera de sus seis puertas, sus estrechas calles o amplias plazas, el paseo por Burdeos es una delicia que podemos disfrutar sin temor a perdernos o cansarnos ya que en cualquier momento la red de tranvía completado en 2008 tedevuelve al punto de partida. Y así, a cada vuelta de esquina hay una foto que hacer, un rinconcito que descubrir y un bistró que degustar.
En el 6 de la rue de la Monnaie, en un edificio de 1750, lindando con la Puerta de la Moneda que la separa del quai del mismo nombre y el caudaloso Garona, descubrimos de la mano de unos jóvenes emprendedores, el restaurante La Tupina. Degustar su Fricassee St Jacques, el oeuf-cocotte al foie-gras el ala de canard y, sobre todo, el filete de buey con cepes, se nos aparece como clave de bóveda para entender todo el proceso de recuperación de la cocina y las tradiciones del suroeste francés que están llevando a cabo desde 1985 Jean-Pierre Xiradakis y sus colegas bordeleses. El vino, en estas tierras, se le supone.
Con muy buen sabor de boca y con ganas de volver pronto, nos despedimos de esta monumental ciudad con un guiño a España, una de las siempre geniales esculturas de nuestro internacional Jaume Plensa en la Place de la Comédie junto al Gran Teatro.
À bientôt!